El problema del plástico es mundial. Hace poco conocíamos que las corrientes oceánicas arrastran toneladas de microplásticos
desde las cosas del Atlántico Norte hasta las aguas del Ártico. Y es
que la resistencia de este material, su difícil eliminación y nuestra
gran dependencia hacen que, en la actualidad, podamos encontrar restos
por todas partes.
El polietileno, en concreto, es uno de los
materiales plásticos que se emplean para la fabricación de envases
alimenticios o bolsas de la compra. De media, cada persona utiliza al año unas 230 bolsas de plástico,
generando más de 100.000 toneladas anuales de este tipo de residuos. Y
como consecuencia, cada año se producen en todo el mundo unas 80
millones de toneladas de este resistente material.
A pesar de las ventajas que ofrece, el politetileno tiene un principal inconveniente: su lenta degradación.
Una bolsa de plástico tarda unos 100 años en desaparecer, ya que están
fabricadas con polietileno de baja densidad. En el caso de las más
densas y resistentes, pueden tardar hasta 400 años.
Recientemente,
Federica Bertocchini, investigadora del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) ha encontrado una posible solución
natural a la degradación. Bertocchini ha descubierto que los gusanos de
cera (Galleria mellonella), que se alimentan habitualmente de miel y cera de los panales de abejas, son también capaces de degradar este plástico.
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